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El segundo entierro de Pepe Díaz

Artículo publicado por el historiador Alejandro Sánchez en El Correo de Andalucía

Hoy, como cada primero de mayo desde hace ya una década, el cementerio de San Fernando acogerá un evento poco corriente, casi podríamos decir que anacrónico, pues no suelen ser tiempos estos de homenajes a figuras históricas del movimiento obrero español. Sin embargo esta mañana, antes de que dé comienzo la manifestación por el día del trabajador, centenares de personas volverán a expresar sus respetos a la figura de José Díaz Ramos, un sencillo panadero sevillano del barrio de la Macarena, que debido a su entrega a la lucha por la dignificación del trabajo, fue enterrado hasta dos veces, en un extraño y raro honor, cargado en realidad de la tragedia que sufrieron aquellos que murieron involuntariamente en el exilio.

José Díaz no habría podido quejarse de sus entierros. El primero tuvo lugar en Tbilisi, en la lejana Georgia, entre miles de personas que le despidieron con honores de jefe de estado, tal y como correspondía al máximo responsable de la segunda organización comunista más importante del planeta: el Partido Comunista de España, un partido del que había tomado las riendas diez años antes de morir, y que bajo su dirección, había pasado de ser una fuerza insignificante al primero de los partidos republicanos del país. José Díaz fue así sepultado en su admirada Unión Soviética en 1942, después de arrojarse por un balcón acosado por una larga y dolorosa enfermedad que no tenía cura, y en medio de una nueva guerra que en ese momento estaban ganando los nazis.

A pesar de haber muerto a miles de kilómetros de su tierra, los restos de José Díaz ahora reposan en la ciudad que lo vio nacer. Hoy precisamente se cumplen diez años de su segundo y definitivo entierro que aún recuerdo como si hubiese sido ayer. Después de años de gestiones, el Ayuntamiento consiguió en 2005 traer a José Díaz a Sevilla, una ciudad que quiso honrarle nombrándole hijo predilecto con el voto a favor de todos los partidos con representación municipal. No era para menos desde luego, pues ni siquiera la derecha local –tan chouvinista ella-, podía negar el protagonismo que José Díaz había llegado a tener en la historia contemporánea de España.

José –o Pepe que era en realidad como se le conocía aquí-, desde muy joven supo destacarse en el activo movimiento obrero que había en Sevilla. Militante de la anarcosindicalista Confederación Nacional del Trabajo y del Sindicato de Obreros Panaderos “La Aurora”, Díaz dirigió ya en 1920 una exitosa huelga de panaderos que logró hacer temblar a las autoridades locales, siendo desde entonces su nombre muy conocido como activista, en una ciudad de contrastes en la que mientras la burguesía y la aristocracia disfrutaba de paseos por amplios bulevares, la mayoría de los sevillanos sobrevivían hacinados en barrios obreros, presos del hambre, el paro y las enfermedades.

Díaz formó parte de ese grupo de jóvenes sindicalistas sevillanos que como Mije, Roldán, Saturnino Barneto, Manuel Delicado, Negroles y otros, no quiso resignarse a acabar con la actividad con el triunfo de la dictadura de Primo de Rivera, y por eso acabó recalando con sus compañeros en el recién creado Partido Comunista, partido que representaba en España la materialización de esa lejana utopía que había logrado establecerse en Rusia. Como máximo responsable del partido en la región andaluza, Díaz y los suyos convirtieron a Sevilla en el bastión más importante del comunismo español, cosechando indudables éxitos que desentonaban con el escaso trabajo que el PCE era capaz de desarrollar en el resto de España.

En el año 32, con la expulsión del grupo dirigente del PCE, José Díaz fue designado Secretario General. Una carambola de circunstancias entre las que podríamos citar su procedencia, su probada lealtad y abnegación, su experiencia como responsable del comité regional más importante y sus propias capacidades –tantas veces ignoradas-, hicieron saltar a Díaz a la cima del comunismo español y con él allí, el partido comenzó a desarrollarse por fin.

Los archivos soviéticos demuestran que José Díaz fue uno de los artífices del cambio estratégico comunista desde el sectarismo anterior hacia posturas unitarias. Lejos de lo expuesto por alguna literatura histórica tan interesada como anticomunista, José Díaz nunca fue un títere en manos de los gerifaltes rusos, y al comprender la necesidad de la unidad para derrotar a la reacción, exigió un cambio de política en España que se plasmó en la integración del PCE en las Alianzas Obreras, y años después, en el papel protagonista que tuvieron los comunistas en la creación del Frente Popular.

Con el triunfo del Frente Popular José Díaz fue elegido diputado por Madrid pero nunca olvidó a los suyos. Poco después de aquellas elecciones regresó a Sevilla donde los trabajadores lo recibieron en la estación y, como si de un torero se tratase, lo llevaron a hombros a su destino. La izquierda sevillana, orgullosa de tener a uno de los suyos en el Congreso, no podía imaginar en aquellos felices días cuán cerca estaban de vivir la tragedia de la guerra y la represión que desencadenaron aquellos que no estaban dispuestos a respetar los resultados electorales. Escasos meses después, Queipo de Llano tomó la ciudad a sangre y fuego, y la hermana y la madre de la segunda hija de Pepe Díaz fueron asesinadas miserablemente por su parentesco con él.

A partir de entonces José Díaz iría encadenando una tragedia tras otra hasta llegar al fin de su vida. La perdida de la guerra, el agravamiento de su enfermedad y el exilio hicieron mella en su voluntad de hierro. Tuvieron que pasar muchos años para que se hiciese justicia con su figura, y hubo que esperar a un segundo entierro para que sus restos reposasen finalmente en su Sevilla natal. En la capilla ardiente que se instaló en la Casa de las Sirenas, vi como un señor de avanzada edad habló con el féretro como si Díaz pudiera escucharle. El anciano le dijo que se acordaría siempre de la manera que tenía de arengar a los jóvenes. Seguramente esa era su manera de darle la bienvenida, una bienvenida que para Díaz llegaba muy tarde, y que nunca llegaría para muchos otros españoles que hoy siguen enterrados por medio mundo por haber dedicado, como él, toda su vida a la lucha.

Artículo publicado por el historiador Alejandro Sánchez en El Correo de Andalucía

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